lunes, septiembre 18, 2006

Medidas y realidades

Hay medidas descabelladas, imaginativas, lúcidas, provocativas y, también, algunas absurdas. La política es lo que tiene, que deja al descubierto ideas que nos hacen divergir entre la ilusión y el horror. Será porque este ámbito de la vida, cargado de retórica, está envuelto en una nebulosa quijotesca, y nuestros dirigentes ven monstruos donde sólo hay molinos inocentes. Será.
Si no, no alcanzo a comprender el pánico nacionalista que persigue a las gentes por nuestra nación, ésa que ahora parece más unida con cada título mundial que nuestros deportistas nos acercan. No obstante, ello no hace desaparecer esas dificultades a la hora de llamar las cosas por su nombre, y surgen problemáticas con términos como realidad nacional. Cataluña encabeza las peticiones ‘pacifistas’, mientras que el País Vasco sigue empañado por el vaho pegajoso y asfixiante de quienes no saben lo que es democracia. Mientras todo ello persiste, también continúa la quema de hectáreas de paciencia por todo nuestro país. Cataluña, en su tendencia dinamizante, inicia su etapa de ‘rebajas’ fiscales y busca premiar el conocimiento de una tercera lengua. Hecho que me desconcierta, sabiendo de sobra todo el trajín absurdo que a diario nos demuestra lo difícil que es la convivencia de dos lenguas oficiales. En momentos como ése en el que leo tal noticia, no puedo menos que esbozar una sonrisa de desconcierto y pensar “esta gente ni come ni deja comer”. Sé que sólo son las aspiraciones de un grupo político, pero las maneras y las contradicciones no dejan de sorprenderme.
Y si pensaba que con esa extraña medida, que aún no sé a qué nivel pertenece, mi paciencia había sufrido una buena sacudida, llega la última revolución educativa de Cataluña: proponen la opción de cursar el bachillerato en tres años, en lugar de en dos. Pero no como norma general, sino como norma específica para aquellos alumnos ‘atrasados’. La idea es disminuir el fracaso escolar y la frustración, hecho que no me parece más factible si en sólo el primer trimestre ya pueden determinar tus capacidades de esa forma tan cruel, en personas aún a orillas de la madurez.
Hay reformas oportunas, concienzudas, estudiadas. Hay otras que responden a deseos, a rocambolescas formas que no logran lo más importante de ellas: que sus protagonistas sientan que lo que hacen responde a sus propias aspiraciones. Un bachillerato de tres años “a dedo” es una crueldad cuando ya existen otras formas reguladas menos duras. El asunto de las rebajas fiscales, un chiste. Cultura por dinero. Y todo ello bajo el lema de propulsar a Cataluña al éxito en todas las esferas. Muy loable, pero también muy triste el modo de conseguirlo. ¿Nadie se ha dado cuenta aún de que en las sociedades deberían primar las iniciativas personales? Son ésas las que derriban barreras en este mundo plagado de muros.

domingo, agosto 20, 2006

Tristeza de amor

Los recuerdos que guardo de Pontevedra no son demasiados. Apenas una extensa plaza, una decena de tiendas de discos y un extraño videoclub que reservaba una sección a una colección escueta de música. Tenía catorce años y el colegio, en una primera escapada sin progenitores, nos había llevado a un pueblo desde el que la Isla de la Toja se veía con demasiada nitidez. Varias excursiones nos alejaron de aquel recodo gallego. En una de esas ocasiones arribamos a Pontevedra. Sólo durante una tarde. Una corta tarde que estos días ha llegado a mi memoria sin querer, por el triste azar de una muerte.
Esa ciudad de la que guardo imágenes vagas me resultó manejable. Quedan en mí algunas sensaciones tenues, como el fresco que bañaba la ciudad o las nubes que la hacían opaca a pesar de que junio ya amagara con llegar a su fin.
Caminé mucho más que en Vigo o en Santiago. Y no fue el interés cultural o turístico lo que me impulsó, sino la consecución de un regalo. Buscaba un disco para uno de esos progenitores de los que me había alejado en ese primer viaje a solas de mi vida. Muchos dependientes se encargaron de darme las necesarias negativas cuando preguntaba por mi objetivo. El tiempo se agotaba y yo seguía sin él. Entonces, la vi. Una tienda a la que entré, sin ninguna aspiración, pero con el deber de no dejar a la duda suelta. Me pareció impensable que allí pudiera hallarlo. Con el no ya por delante, dije su nombre. Casi doy las gracias sin escuchar un ‘sí’ tranquilo de mi interlocutor. Allí estaba, el disco que tanto había buscado, en medio de un videoclub-tienda de música.
Entonces no sabía por quién preguntaba. Conocía el nombre y el título del album. Estaba acostumbrada a regalar música que desconocía. El tiempo me reveló que ese hombre por el que tanto pregunté, pertenecía a ese selecto grupo de cantautores que, como Luis Pastor, sufrió los efectos colaterales de la movida. Quizás fue por ello, o tal vez no, pero lo cierto es que pocas personas, desde mi perspectiva, saben que él no fue sólo el autor de una de las canciones de mi infancia, David el Gnomo, o de Tristeza de amor. Fue un estandarte de la música de autor, un músico muy prolífico, que terminaba de morir el miércoles, sólo, en su casa madrileña con apenas 58 años.
Estos días, tras su fallecimiento, ha sonado en mi casa justo ese disco. No sé si pretendíamos homenajearlo al escucharlo, pero lo cierto es que me ha entrado una rabia incomprensible. Me he enfadado por no haberlo escuchado en mucho tiempo. Como si ahora ya esa música sólo fuera un extraño eco de su voz, y no llegara en plenitud porque él se había ido ya. El mismo día que Elvis.. ¿casualidad o premeditación? ¿Acaso importa?
Tristeza de amor, un juego cruel, jugando a ganar, has vuelto a perder…Qué actual se vuelve su canción, ésa que aunque sea viendo la serie del mismo nombre, tantos corearon. Quién me iba a decir que sólo una semana después de hacer mi personal valoración acerca de las necrológicas, me encontraría casi haciendo una tuya. Hasta la vista Hilario.

domingo, agosto 13, 2006

Rutinas y decepciones

Un gallego, de esos a los que el roce de las lágrimas por el rostro les causa un dolor indiscriminado, decía estos días que “incendios hay todos los veranos en Galicia, el problema es que se apagan, y este año, no”. Tal vez era una de esas personas que en imágenes televisivas protagonizó una tragicomedia al más puro estilo de Woody Allen. Y es que puede que fuera él uno de esos personajes anónimos que, apostado en su casa con grandes barreños de agua, aguardaba la llegada destructiva del fuego a las entrañas del hogar que, con tanto sudor, había conseguido levantar.
Mientras, el eco de fondo apenas lo alcanzaba. Imágenes desvirtuadas, noticias con intención de ser flagrantes, lo acosaban sin descanso. El fuego continuaba su erosión masiva, mientras el gobierno hablaba de ‘una trama popular’ llena de incendiarios y de especulación inmobiliaria. El humo hacía difícil la respiración, ayudado de la sarnienta lucha política de la que nuestro país puede hacer gala.
Cuando todo esto sucedía, tú y yo observábamos el estrambótico entramado sentados frente al televisor y hojeando los diarios en nuestras rutinas vespertinas. Justo en esos instantes, muchos niños repetían otras rutinas, pero de adiestramiento militar. Su futuro inmediato no era otro que el de servir como soldados en las milicias de Hezbolá, esa organización terrorista con la que el lingüista y filósofo Noam Chomsky, paradójicamente, se reunió. Parece que, de un tiempo a esta parte, los grupos de liberación nacional (recuérdese Aznar y su peculiar don para conformar nuevos conceptos) o bandas terroristas, tienen una agenda de lo más apretada. Miles de citas pululan por su calendario, mientras luego los medios se encargan de vendernos vírgenes encuentros y de sepultar todos los desencuentros anteriores.
En alguno de esos instantes, Zapatero había comprendido que su obligación era abandonar momentáneamente La Mareta y trasladarse a esa Galicia ‘quemada’. Así, pudimos escuchar sus ritual de condolencias, y como no, de reconocimiento hacia todos aquellos ‘sufridos’ que tuvieron que actuar como héroes anónimos de sus propias vidas. Mientras, una amenaza terrorista colapsaba parte del cielo. Así y todo, las estadísticas dicen que la gente, a pesar de los explosivos líquidos y las huelgas múltiples, no tiene pánico, ni siquiera miedo, a volar. Y entonces es cuando te preguntas cómo iban a tenerlo, si ya nos hemos acostumbrado a vivir en una vorágine constante de alerta máxima. Pero, al menos yo, no puedo menos que estremecerme con cada una de las bombas que me van lanzando.
En esos momentos escucho de fondo a Fito Páez cantando “Están partiendo el mundo por la mitad, están quemándose las velas..están usándome, están riéndose y mi canción es un antídoto liviano”. Son eternos segundos en los que me doy cuenta de cómo este universo nuestro nos decepciona cada día, apoyándose sin reparo en nuestras ingenuidades, devolviéndonos paulatinamente, a una realidad que nos negamos a aceptar en un instinto de supervivencia pura.

martes, agosto 01, 2006

EL calor todo lo aturde

Supongo que a estas alturas ya están cansados de los artículos típicos del verano. Imagino que están inundados de absurdas banalidades convertidas en noticias, que se han hastiado no del calor sólo, sino sobre todo de las ironías acerca de los veranos, de las recomendaciones repetidas cada año de Sanidad y, por supuesto, de las miles de insignificancias protagonizadas por nuestros queridos políticos, que aún por vacaciones, siguen cumpliendo con su papel de monigotes, y así, entreteniéndonos.
Lo cierto es que yo también comienzo a aburrirme demasiado al leer que Zapatero se ‘atrevió’ a usar el pañuelo palestino, favoreciendo una ‘crisis internacional’ mientras Gallardón, en plan disidente de partido, oficiaba una boda homosexual. Incluso me provoca náuseas leer que la ONG suiza que se encargará de mediar entre nuestro gobierno y ETA ha decidido que el idioma que se usará será el español... ¿Es que había otra posibilidad de entendimiento claro? Así, se me quitan las ganas de leer diarios, y me inclinó por dejarme llevar por la literatura. Y me da rabia, mucha, porque es en estos días en los que se tiene tiempo para desayunar con el diario en la mano, para dar largos paseos por la playa y escuchar buena música. Pero entre el cambio climático y el adormecimiento al que nos someten, ya cada vez quedan menos de esos dulces instantes. Lo más reconfortante de estos días es la gran cantidad de reportajes acerca de ciudades soñadas, paraísos donde nos gustaría pasar alguna de nuestras estancias vacacionales...
Y una puede evadirse mentalmente y recorrer calles de otras urbes... Así, recuerdo todo lo que soñé con Roma mucho antes de conocerla, y ahora que leo sobre ella en ciertas páginas grisáceas de diarios, no puedo menos que sentir la melancolía de la distancia... Pero también siento otra tristeza tibia por ciudades que sólo las palabras de otros viajeros, muchas veces en forma de libros, han traído hasta mí... Pero mientras releo que Goethe tuvo mucho que ver en el deseo de Roma de muchas gentes, paso la página, y veo que Zapatero vuelve a La Mareta este verano, pero que además de su familia se lleva a un sinfín de cocineros... Y ello se convierte en un desprecio, y en una actitud de ‘nuevo rico’ de este señor que nos gobierna... Y sólo puedo sentir, mientras yo también paso algunos días en Lanzarote, un deseo inexorable por volver a encontrarme sumida en la placentera sensación que me cobijaba aquellos primeros días de mi estancia romana... Sin información, con belleza pululando por cada recodo, y con la música a cuestas que llevábamos...
Algún tiempo después comenzamos a dejar que la información llegara a nuestras mentes: la necesitábamos, que es lo más triste. Pero aquellos días extraños e inolvidables fueron, sin lugar a dudas, un paraíso y un descanso para el ajetreo indiscriminado al que nos someten sin pudor. Una enajenación que llega a su punto álgido cuando nos alcanza el calor veraniego, cuando a muchos nos gustaría dejar de pensar... Pero entonces te das cuenta, también tristemente, de que ya no puedes desvincularte de esa necesidad de contextualizar tu mundo con las noticias, aunque éstas sean absurdas, repetidas y extenuantes.

jueves, julio 27, 2006

Las mentiras por derecho

No hace demasiado leí que los españoles mentimos por derecho y con la razón que otorga el no hacerle daño a ese prójimo distante. Mientras esas premisas se respeten en esencia parece que nos sentimos en plenas facultades de ello. En cambio, también llegó a mí que otras personas, de otros países tan honestos-deshonestos como el nuestro, no contemplan esa forma de afrontar el ajetreo de vivir. No pienso que adulterar la realidad sea un deporte nacional, pero creo haber descubierto que es algo congénito al hombre, sea cual sea su origen, tenga tendencia cosmopolita o sea sedentario por excelencia.
Como consecuencia de este triste hallazgo, muchas de las afirmaciones que un día pude hacer, hoy caen por el barranco cruel de los ‘cambios de opinión’. Recuerdo una tarde, como ésta en la que escribo, en la que alabé con desmesura la intransigencia de un Gabriel García Márquez que, empeñado en perpetuar la esencia de sus obras, negaba la posibilidad de la recreación fílmica de ellas. Algún tiempo más tarde los diarios acogían la noticia de la próxima escenificación de una de sus obras más emblemáticas. Y un número indeterminado de días después escuché de refilón que Macondo, el imaginario pueblo donde ‘Cien años de Soledad’ se desarrolla, atravesaba la ficción para convertirse en el nombre de un antiguo pueblo. La idea: la atracción de turistas que podría suscitarse, ya que ése había sido el lugar que había inspirado al autor para escribir ese cúmulo de hojas.
¿Qué esencia queda de todo lo que un día cualquiera ese hombre dijo? Habló de imaginación, de fantasía y de personalidad, de honestidad hacia el imaginario de lector anónimo, de los cientos de lecturas que de lo mismo se podían hacer. Pero más tarde, no sé cuánto más tarde, lo transformó todo, y rompió muchos de los eslabones de empatía que había tendido hacia sus lectores.
Hace bien poco, en una exposición sobre Julio Cortázar, Márquez se aparecía en una de las imágenes, con un Vargas Llosa del que todavía era amigo. Es amargo reconocer el triunfo del cambio, las vejaciones a las que el tiempo, sin pudor, nos somete. ¿Será consciente él mismo de cómo ha dilapidado todo su ideario, dejándonos a sus lectores anonadados?

Como bien conocedores de los efectos nocivos que el tiempo tiene para todos los seres que lo sufrimos, muchas veces tendemos a ser benévolos con gentes que se traicionan a ellos mismos. Tal vez porque vemos en su reflejo actitudes que en instantes lejanos podremos llegar a protagonizar... O quizás porque entendemos que el dolor de la mentira no supera los límites del respeto de ese prójimo distante... Yo me inclino por pensar que sentimos tanto pánico por nuestras posibles transformaciones, por ese vértigo que sentimos subidos al mundo, que tendemos a ser más flexibles... A mí me entristece hasta que un señor, que me prometió no permitir más vidas que las que mi antojo quisiera darle a su obra, acabe recreándola. Un señor al que le dediqué mi primer artículo... Creo que no voy por buen camino, en una vida en la que ésa debe ser la más insignificante de las falacias.

El retorno

Hace ya un año que escribí sobre un hombrecillo que muchos quebraderos de cabeza debería haber dado, pero que en lugar de ello dio alegrías mientras, a su paso, fomentaba intolerancia en nombre de la izquierda. Ese personaje, líder masivo de audiencias, abandonó su pedestal y se refugió en el retiro de un año sabático. Hubo quien se entristeció, e incluso hubo quien lloró... Pero afortunadamente quedó gente felizmente gratificada ante la decisión de esta persona, porque veía en él un modo provocativo y extremadamente peligroso de apología desmesurada a la intolerancia.

Doce meses, con sus doce causas tipo Telecinco, transcurrieron. Dicen que lo prometido es deuda, y como él se manifiesta cumplidor, vuelve a las pantallas para protagonizar un nuevo espacio. Ahora, una vez analizado su vaivén televisivo, asegura que “se le fue de las manos muchas veces Crónicas”. Después de leer muchas entrevistas de sus inicios, o incluso de cuando inventaba al señor Casamajor en la Ser, creo que lo que sucedió fue que él, aunque no acabe de percibirlo, se perdió en el camino. Hay pocas cosas peores que procurar esa ‘diversidad socialista’ tan alabada a base de demonios inquisidores como los que pude muchas veces escuchar de sus labios. Y es que más allá de la estrambótica y triste franja horaria que lideraba con ese espacio que merece muchas de mis críticas, su actitud dejaba mucho que desear. Reconozco que, personalmente, jamás entendí ese clamor popular que suscitaba este extraño héroe nacional. Algo que se me hizo aún más latente el día que una total animadversión hacia él me invadió para siempre...

Recuerdo que sucedió justo cuando estalló la última guerra de Irak, un día en el que mi facultad había apoyado el paro lectivo.. Una jornada en la que muchos salimos a la calle atónitos ante un desenlace inesperado (que para los irakíes era un sangriento comienzo). Era la primera vez que me sentía tan partícipe de una protesta. Mis años de universidad tuvieron, como los de la mayoría, ese viento reivindicativo que comienza a hacerte partícipe del cruel mundo en el que estamos alojados. Aquella noche Javier Sardá hacía su rutina televisiva y hablaba con una frialdad y una intolerancia propia de quienes tanto se encargó de criticar. A pesar de la tristeza de todo ello, no entendí su forma de arremeter contra el gobierno... Y no fue precisamente porque, ni de lejos, apoyara las acciones populares... Era algo que me superaba, que no entendía... Y entonces también descubrí que la tolerancia usa incontables disfraces, muchas veces los de la izquierda más comprometida. Aquel extraño día en que se producía el primer bombardeo sobre Bagdad, él no dejaba de hablar de política y de hacer propaganda barata que muchos alababan.. Ahora se atreve a decir “cuando sabes que algo se muere, es que te estás muriendo tú, y eso es una putada”. Creo que muchos supimos que nuestro mundo enlatado se moría un poquito más cuando el dio vida a uno de los formatos televisivos más nauseabundos de la historia de la caja tonta. No obstante, quizás deba tener algo de reparo al desparramar críticas sobre su programa... No sea que me conteste con su “¡Telebasura, tu p... madre!”.
Dijo Churchill una vez que “una muerte es una tragedia, mil muertes es una estadística”. Yo, sin pensarlo, lo extrapolaría a su programa, ya que uno pudo haber sido una miseria pero 1300 fue, por mucho bombo que él le de, una estadística... Aunque ello no le reste tristeza; aunque ello no le va a impedir regresar con otro programa (de viajes, dice) para revolvernos, muy probablemente, las tripas a algunos. Y para volver a ser objeto de idolatría de muchísimos más.

domingo, junio 25, 2006

Objetivos con formas

Con el tiempo me he dado cuenta de que una de las cosas que más me aterran es tomar decisiones. He llegado a un punto en que temo tanto los estadios de arrepentimiento, que elegir/excluir me resulta extremadamente doloroso. Por eso, lo evito siempre que puedo, aún siendo consciente de que una vida corriente está repleta de estos instantes, con lo cual debe lograrse una convivencia digna.

Así, cada día mis luchas tienen que ver con estos segundos en los que un sí o un no son cruciales para algo. En ellas, he llegado a la conclusión ‘tremendista’ de que jamás podría dedicarme a la política profesional. Me sentiría incapaz de tomar las riendas de un país, de definir las directrices de un pueblo… El miedo a equivocarme sería de tales magnitudes que me haría imposible optar por una senda sin sombras. Quizás por este motivo siempre he intentado ver la política desde lejos, intentando no perder la perspectiva de lo que significa.

Puede que al final la haya extraviado en algún lugar… Es lo más probable, porque ya ni siquiera atino a definir las ideologías más generales, las más tradicionales. Siempre pensé que era de izquierdas, y ahora ya no lo sé… ¿Acaso existe diferencia con la derecha? (Al menos en mi país, no lo sé). Lo peor de semejante afirmación es que, sólo con formularla, mucha gente pensará que soy de derechas. Antes eso me preocupaba, pero ahora me he dado cuenta de que esos aires acusadores de quienes ni se cuestionan sus sentimientos políticos son más peligrosos que la duda. Yo sólo estoy desencantada, sólo quiero fines que lleven a sus espaldas unos modos dignos de lograrlos… Porque ya no me importan tanto los resultados, si a su paso lo que se fomenta es intolerancia. Este cultivo indiscriminado de tozudez me parece mucho más contaminante que la espera para conseguir ciertas metas.

Seguramente en esta explicación la claridad haya brillado por su ausencia. Una vez más estoy arremetiendo contra Zapatero. Sí, pero porque estos cuatro años le ha tocado a él llevar la batuta. Y porque es él quien se ha empeñado en dibujar su sociedad a golpe de ley. Cada vez que veo cómo formula una de sus nuevas normas transgresoras o transformadoras de realidad (como quieran llamarse) me asusta. No entiendo de donde saca esa valentía disfrazada de ingenuidad que le lleva a olvidar las formas… Sólo con girar la cabeza y mirar hacia atrás pueden verse decenas de cambios profundos, que él varía con una simple firma. En esos instantes, me pregunto si eso es izquierda. Si izquierda es un estado intervencionista como el que este señor, con todo su séquito (sin olvidar la paridad) ha conformado. Yo siempre he pensado en algo más idealista cuando me he definido como alguien de izquierdas.

Y no por decir todo esto quiero que la gente siga muriendo en la carretera, ni apuesto por una sociedad xenófoba y heterosexual por norma, ni soy machista o misógina, ni quiero que el pueblo vasco siga oprimido por el terror, ni disfruto viendo cómo sociedades enteras mueren en su tercer mundo, ni me considero alguien incapaz de escuchar el ‘clamor popular’ de Cataluña, ni pretendo una hegemonía de los fumadores sobre los no-fumadores... Sólo quiero una forma de hacer todo ello sin que la tortilla se nos de la vuelta cuando menos lo pensemos. Modos de lograr realidades, pero siempre realidades que conozcamos, que queramos, y no escenarios recreados para nuestro consenso…Pero eso ya es otro asunto, si cabe, más complejo.

jueves, junio 15, 2006

La nueva generación de superhéroes

Nunca le presté demasiada importancia a los cómics. De hecho, jamás me consideré dentro de esa generación que había conseguido revalorizar este tipo de arte. Lo cierto es que siempre me gustó leer, desde pequeña, pero pensé que no necesitaba agarrarme a esas “viñetas coloreadas”. Por ello, durante mucho tiempo no les di la importancia que hoy observo en esta forma de hacer literatura. La obligación me llevó a colarme en las entrañas del salón del Cómic de Tenerife el pasado verano, y allí cambié mis puntos de vista acerca de este arte. Entendí las ansias de cambiar ciertos valores y de inculcar optimismo y utopía de muchos autores. Pero también comprobé que dentro de los cómics había mucho más que superhéroes.
A pesar de ello, he de reconocer que esos personajes, siempre de ficción, que salvaguardaban al mundo de las desgracias más horrendas, siempre me llamaron la atención. Al principio, cuando era más pequeña, los odié. No entendía cómo todos sus lectores podían caer rendidos ante proezas imposibles, sólo recreadas en ámbitos de la fantasía. Con el tiempo, comenzaron a gustarme mucho más. Por ese entonces comenzó el auge de películas de esta índole, y a pesar de no haber sido una lectora empedernida precisamente, sucumbí a la sarta de imágenes siempre fantasiosas. Por fin, había entendido que la ficción era necesaria en la vida, que mi odio profundo no solucionaba nada y, además, mataba en mí la posibilidad de ilusiones. Creo que sólo de esa manera pueden encontrarse en la vida real superhéroes que, aún sabiéndolos ciertamente tiernos e irreales a la vez, pretenden esas transformaciones del mundo que todos hemos soñado en algún momento. La tristeza de todo ello es que, el día que reconocemos en plenitud la imposibilidad de sus acciones, también cae por un abismo toda esa quimera optimista que nos sostiene.
Hace tiempo que no encuentro héroes. Y ya no sé si soy yo la que tiene otros ojos, o es que ya han pasado a ser una especie protegida. Lo único que atisbo a reconocer es que, aunque los tachen de idealistas y absurdos, son necesarios. Si no, miremos un instante los extraños héroes (para algunos, parodias de héroes) que por Latinoamérica comienzan a surgir. En una tierra castigada salen personajes como Hugo Chávez convencido de que ganará su cruzada contra EE.UU. y, ahora, contra el imperio de Hollywood. Desde luego, algo muy tierno, pero que sobrepasa los límites de las utopías factibles. Similar a esa nacionalización de hidrocarburos que Evo Morales, otro personaje de este clan latinoamericano, ha llevado a cabo sin pensar en “efectos colaterales” de este capitalismo nuestro. Mientras, Lula se tiene que disculpar con Ronaldo por haber preguntado acerca de su sobrepeso… Cosa sorprendente, sobre todo porque es la primera vez que, independientemente de mi opinión al respecto, veo una acción de este tipo por parte de un presidente de gobierno… No me imagino algo similar al otro lado del charco.
Quizás porque la nueva generación de superhéroes vive justo en ese lado del océano. Es muy posibles que sus cometidos y sus reivindicaciones sean muy distintas a las que, por norma, asociaríamos a estos seres. Pero aún así, tiene un aire soñador que recuerda que no todo está perdido, que al menos los delirios y las ganas de cambios permanecen vivas. Aunque se tenga que bailar reggaeton en una campaña política (como hizo Alan García) para poder llevar a cabo, más tarde, todas las reformas que se piensan. Todo mientas la cordura de la globalización se ríe sabiéndose ganadora.